Erase una vez una cole vestido de cultura. Era su semana cultural y había elegido cuidadosamente un traje para cada día. Tenía sus perchas alineadas, todo listo en el armario con todos sus detalles en el cajón
Cuando llegó el momento, nuestro cole andaba nervioso, ilusionado pero nervioso porque no quería olvidarse de nada. Respiró tres veces y finalmente abrió sus puertas. Las miradas y sonrisas recién amanecidas de los niños comenzaban a hacerle cosquillas por sus pasillos. El lunes se vistió de Pascua, el martes de lobo que se va quitando estereotipos poco a poco, el miércoles… ése fue su día favorito. Nuestro cole se vistió de pirata, se llenó de tesoros escondidos y de barcos del revés. Parecía que ya no le quedaban fuerzas, que su papel de pirata se había llevado toda su energía con el resto del botín pero una vez más, de nuevo, casi sin darse cuenta… Se despertó ansioso por volver para su día en las cuevas. Allí pintó mamuts con mezclas de chocolate y se tumbó a pintar techos de roca.
Nuestro cole estaba teniendo una semana increíble, todo lo imaginado cobraba vida como por arte de magia. Se resguardó ahí, con la señora magia y le contó bajito lo que tocaba el último día. La señora magia le escuchó silenciosa, como suele ser, y le invitó a ese rinconcito del corazón del colegio. Esa cabaña de madera donde se guardan del frío las criaturas imaginadas. Ahí tendría lugar su última aventura, donde los cuentos serían tejidos por las miradas de sus imaginadores, los niños, los creadores e inspiradores de cada brillo que nuestro cole se descubre.
Cuando terminó, todo su cuerpo brillaba. Nuestro cole brillaba con el brillo que habían dejado esas miradas de sorpresa y de ilusión cada uno de los días. La semana cultural lo había dejado vestido con un traje que no se había preparado, uno nuevo que le habían regalado en silencio y que no todos los ojos pueden ver. ..
Y con su traje nuevo nuestro cole siguió, lleno de magia y brillo vestido de pies a cabeza.
